lunes, 27 de febrero de 2017

Relatos: Navidad + San Valentín

¡Buenas chic@s!

¿Qué tal esos carnavales? Para mí no es una de mis fiestas favoritas, no me gustan (sí, ya sé que os parecerá raro que siendo de Cádiz diga esto, pero que le voy a hacer, no tengo espíritu carnavalesco) pero bueno, esto no viene al caso de lo que quería contaros.

Quizá algunos conozcáis el grupo «Ladrona de sonrisas», pero como supongo que la gran mayoría no sabe de qué estoy hablando, os voy a contar. Ladrona de sonrisas es un grupo de Facebook administrado por Noelia Moral en el que, además de muchas otras cosas, se organizan concursos de escritura. Y como yo no puedo ver certámenes que se traten de escribir y no apuntarme,  siempre acabo participando. Por lo que cuando me enteré de que las navidades pasadas organizaban el primer concurso de relatos de Navidad, no me lo pensé.

Aunque no resulté ganadora, el buen rato pasado escribiendo y el bonito diploma que Noelia hizo para todas las personas que participamos, me animó a apuntarme en el primer concurso de relatos de San Valentín. Y sin duda después de las dos experiencias, sé que volveré a participar la próxima vez que realicen otro concurso.


Cuando terminó el concurso de Navidad, pensé en compartir el relato con vosotros pero entonces me apunté al de San Valentín y creí que os gustaría más leer los dos en el mismo momento. Así que hoy os traigo ambos relatos deseando que os guste tanto como a mí me gustó escribirlos. 


NAVIDADES INESPERADAS
Me despierto un día más cobijada por la suave brisa que cuela por la ventana y sus protectores brazos me acurrucan dándome calor. Me giro en ellos y contemplo su rostro, ese con el que cualquier mujer soñaría pero que es solo para mí. Sus duras facciones se relajan cuando se entrega a los brazos de Morfeo y me permite contemplarlo tranquilo, como me encanta observarlo. Diría que es la perfección hecha hombre y no estaría mintiendo.
Sus bellos ojos del color del chocolate permanecen ocultos tras sus párpados, y yo veo extasiada como sus espesas pestañas le dan una mayor belleza a su rostro. De sus labios se escapa un ligero sonido y de inmediato mi vista se va a ellos, tan carnosos y sensuales que tengo que contener las ganas para no lanzarme a devorarlos. Mis ojos continúan descendiendo y se anclan en ese trabajado cuerpo que se entrevé a través de la fina sábana. «¡Dios, está para comérselo!» pienso mientras me obligo a retener las manos a los lados de mi cuerpo para no despertarlo.
Vuelvo a elevar mi mirada y me detengo en esa sonrisa traviesa que ahora se dibuja en su cara. Sin poderme resistir, beso suavemente sus labios y, zafándome de sus brazos, me incorporo muy despacio. Me calzo las zapatillas y mientras salgo de la habitación me voy recogiendo la larga melena rubia en una coleta.
La casa está en un completo y envolvente silencio, Nueva York aún duerme pero yo tengo obligaciones que atender. Empiezo a preparar el desayuno como me encanta hacer cada mañana mientras él duerme y, cuando estoy a punto de verter el café en las tazas, siento sus brazos rodeándome por la espalda, sobresaltándome.
Dejo caer mi cabeza hacia atrás y él aprovecha el momento para darme pequeños besos por el cuello, estremeciéndome.
  Te echaba de menos ―me susurra al oído―. ¿Qué haces tan pronto levantada? Es muy temprano, volvamos a la cama.
  No puedo, Sam ―me giro entre sus brazos quedándome frente a sus ojos, esos que ahora puedo contemplar sin ningún impedimento y, como siempre, me atrapan―. Tenemos mucho trabajo en la jefatura de policía, parece que las fiestas navideñas no dan tregua y que los asesinatos se incrementan; supongo que la crispación por la crisis se hace aún más patente en estas fechas y la violencia aumenta… ¡Se me ha ocurrido una idea! ―exclamo con ganas de pasar todo el tiempo posible a su lado―. Tengo mucho papeleo que arreglar antes de la noche de navidad y no me vendría mal una ayudita ―le dejo caer seductoramente antes de separarme de él, contoneándome hasta la cafetera para verter el contenido en dos tazas.
  He de terminar con los últimos informes, tengo al jefe pidiéndomelos desde hace varias semanas ―mi cara de tristeza parece afectarle y, con un tono de voz tan disgustado como el mío, se intenta explicar―: ya sabes lo impaciente que es y no quiero darle motivos para que se enfade ―se acerca a mi quedándose a buena distancia, viendo como me desenvuelvo en la cocina.
Al observar que tengo dos tazas con café, tiende su mano para que le dé una.
  Antes quiero mi beso de buenos días ―lo chantajeo.
  ¿Y qué hay del mío? ―se queja.
  Ya te lo di pero estabas tan dormido que no te diste cuenta.
  Eso no vale, Eve ―me reprende rodeándome por la cintura―. ¿Si te doy tu beso me dejarás sorprenderte la noche de navidad?
  ¿Me estás chantajeando, Sam?
Me mira fijamente y me atrae hacia él. Sin poderme contener me muerdo el labio inferior e inmediatamente mis dientes son sustituidos por los de él antes de besarme. Un beso tierno que pronto se torna en uno lujurioso que provoca que mis piernas tiemblen y ni yo misma sepa cómo son capaces de sostenerme.
  Debo volver al trabajo ―le digo con la respiración entrecortada. Él asiente sin alejarse de mí, con sus brazos rodeándome aún por la espalda―. No me lo pongas difícil. Te prometo que estaré pronto en casa ―le aseguro antes de besarlo dulcemente.
De repente la melodía de Thinking out loud de Ed Sheeran comienza a sonar, rompiendo la magia que se ha creado. Rápidamente me separo de sus brazos y me acerco a la isla de la cocina donde se encuentra mi móvil.
  ¿Qué ocurre, Holly?
Holly es mi compañera en jefatura, donde trabajamos. Fue la primera persona que conocía cuando, hace diez años, comencé a ejercer mi profesión. Ambas hemos llevado vidas paralelas desde entonces y eso ha hecho que nos unamos mucho. Hace años que la considero mi mejor amiga pero eso nunca la ha llevado a llamarme cuando el sol apenas alumbra la mañana. Nunca hasta hoy.
  Tenemos un nuevo asesinato.
  Toda una novedad ―se me escapa una risa debido a los besos que Sam me da por el cuello, provocándome un gran cosquilleo.
  ¿Qué te hace tanta gracia? ―su voz cesa y cuando vuelve casi me atraganto―. Claro, ¿cómo no lo he pensado antes? ¡Estás con tu novio! Chica, me tienes muy poco informada, te recuerdo que soy tu amiga y debo saberlo todo. Dime, ¿quién es? ¿Cómo lo conociste?
Aunque no tenemos secretos la una con la otra no puedo confesarle que estoy saliendo con nuestro compañero. Las relaciones íntimas entre trabajadores están prohibidas y pese a que fue inevitable que, cuando Sam y yo empezamos a salir hace tres meses, se diese cuenta de que estaba más contenta de lo habitual y no tuviese otra opción que confesarle que salía con alguien tras su insistencia, nunca he admitido que se trata de nuestro compañero.
  Respira amiga ―le pido intentando conseguir tiempo para salir de aquel lío en el que me he metido―. Te voy a matar, Sam ―le reprendo tapando el auricular y dirigiéndome a él que se encoge de hombros como si quisiera decirme que no tiene la culpa―. Te prometo que te lo contaré todo, amiga, pero ahora no ―le comento intentando salir del paso―. Por favor, háblame del asesinato.
  Eve Jones, ¿qué parte de todo no entendiste?
  Holly, por favor, que lo tengo a mi lado y no quiero hablar de él para aumentar su ego ―me excuso.
  Está bien, pero de hoy no pasa ―la escucho maldecir algo ininteligible a mis oídos―. Será mejor que vengas al lugar del crimen para verlo tú misma, y llama a Sam, este asesinato es de los que a él le gusta.
  Solo iré yo, nuestro compañero tiene mucho trabajo atrasado y me dijo ayer que estos días se lo pasaría redactando informes en su casa. Mándame la dirección y nos vemos allí ―le pido dando por terminada la conversación.
En cuanto suelto el móvil Sam se aleja de mí sabiendo lo que le espera.
  ¿Se puede saber en qué pensabas? Casi nos pilla y todo porque no te puedes estar quieto. Ahora me tocará soportar sus preguntas durante todo el día. Ésta me la pagas ―le advierto intentado no sonreír ante su cara de súplica para que no sea dura con él, pero no puedo evitar que se me escape una sonrisa, gesto que hace que él suspire de alivio y se acerque a mí rodeándome nuevamente por la cintura.
  ¿No crees que ha llegado el momento de que todos lo sepan? Son nuestros amigos, acabarán enterándose y ya sabes como son. No se van a comportar de un modo muy benevolente con nosotros habiéndoles ocultado nuestra relación durante meses. Ya Thom se cobra un presupuesto por mantener la boca cerrada. ¿Quieres saber cuánto me está costando? Y eso es solo él, imagínate si se llegasen a enterar Gary y Holly. De esa no salimos vivos.
Thom y Gary son dos hermanos que conforman la plantilla de policías de homicidios junto con Holly, Sam y yo. Pese a su parentesco, son dos polos opuestos, moreno contra rubio, seriedad frente a diversión, mujeriego versus fiel. La cara y la cruz de una misma moneda.
  Sam, te recuerdo que las normas de la comisaría son bien estrictas. Y ahora me tengo que ir o me tocará volverme a excusar con Holly.
Me dirijo hacia la puerta de mi casa seguida por él pero antes de que mi mano roce el picaporte la suya se aferra a mi brazo y me hace girar para que nuestros ojos se encuentren.
  Te veo esta noche en mi casa, cariño. Te extrañaré.
  Y yo a ti, Sam.



Un cadáver aparecido en el tejado de una de las casas más lujosas del conocido y prestigioso barrio de Upper East Side, me mantiene ocupada todo el día. Un hombre vestido de Papá Noel había sido asesinado y colocado de tal manera que obstruía la chimenea de una de las familias más adineradas de la zona, la cual no pensaba en nada que no fuese que alejaran el cuerpo de su casa para poder hacer uso de la chimenea.
«¡Viva el espíritu de la navidad!» ironizo mientras conduzco con rapidez hacia mi casa después de un largo día de trabajo. El caso resultó ser más complejo de lo que esperábamos, llevándonos a una madre con problemas de bipolaridad que, en uno de sus brotes, asesinó a su hijo al creer que la enfermedad heredada de ella podría llevarle a causar daños a otras personas.
Exhausta, abro la puerta y me recibe mi adorado compañero: Misty, mi blanco gato persa. Con él tras mis pasos me dirijo hacia el interior mientras pienso en la noche que me espera. Lo que en un principio iba a ser una cena navideña de pareja se ha convertido en una multitudinaria a la que se han apuntado los padres de Sam y los míos así como los compañeros de la comisaría, a excepción del jefe que tenía compromisos con la familia de su mujer. Toda una cena de presentación oficial, lo que menos me apetece después del duro día que hemos tenido en la jefatura.
Con escaso tiempo me dispongo a arreglarme cuando, para mi sorpresa, veo un precioso vestido negro con un escote en la parte trasera que deja al descubierto la espalda. Junto a él, unos bonitos zapatos dorados hacen juego con el bolso. Al acercarme un poco más observo una nota junto a él.
No pude resistirme a comprártelo, es perfecto para ti.
Te quiero.
Sam.
Leo una y otra vez la nota, asombrada y maravillada ante su regalo. Me parece un vestido poco apropiado para esta noche pero aun así solo pienso en ver su mirada cuando me contemple con su regalo y darle las gracias. Dejo que su regalo resbale por mi cuerpo y constato que lo conoce mejor que yo: me sienta como anillo al dedo.
Me suelto la melena, ondulándola un poco para darle un toque desenfadado, me calzo los zapatos y cojo el bolso. Estoy lista para disfrutar de mi primera navidad junto al hombre de mi vida.
Llamo a su puerta nerviosa como una adolescente que va a presentarle a su familia su primer novio, pero cuando me abre y veo sus magnéticos ojos, todos los nervios desaparecen y una sonrisa se dibuja en mi rostro, contagiándolo a él.
  Estás preciosa ―me tiende una mano invitándome a entrar―. Sabía que era para ti ―sus labios se encuentran con los míos y ese beso se va alargando como si no nos saciáramos nunca.
  Gracias, Sam ―musito en sus labios.
Cuando nos separamos puedo comprobar que está radiante, sus ojos tienen un brillo especial y no deja de sonreír. Derrocha felicidad, la cual es compartida por ambos.
  ¿Me ayudas a terminar de vestirme, cariño? Nunca se me han dado bien elegir corbatas para noches especiales―agarrándome por la cintura me anima a caminar con él hasta su dormitorio.
  Con esta camisa color lavanda que has elegido y este pantalón negro estás muy guapo, no te hace falta nada más, amor.
Sam, que había estado observando todas las corbatas mientras le hablaba, fija sus ojos marrones en mí.
  ¿Me acabas de decir lo que yo creo haber escuchado? ― no le respondo y me limito a perderme en sus ojos―. Te quiero, Eve.
  Lo sé ―mis labios buscan los suyos y tras unos segundos, se separa.
  Tenemos algunas cosas que terminar antes de que lleguen todos.
Asiento y nos dirigimos hacia al salón, tan amplio y espacioso como el resto de la casa. Allí terminamos de arreglar los preparativos para la noche.
La tormenta de nieve caída durante la tarde parece haber amainado, quedando una espesa capa blanca que lo cubre todo. Desde las ventas veo tanto a ancianos como a niños pequeños corriendo de un lado a otro para volver a sus casas. Sus brazos me rodean mientras contemplo el paisaje, sintiendo que me daría igual estar bajo aquella nieve que en el loft mientras que fuera junto a él. Sam es quien me resguarda del frío dándome calor, entre sus brazos me siento segura y protegida. Es mi hogar, donde quiero volver tras un largo día en la jefatura, donde nada podría pasarme porque estamos juntos.
Durante los cinco años que ha estado a mi lado como compañero he descubierto lo diferente que es del resto de hombres que he conocido. He comprendido lo que es tener a alguien en quien confiar y con quien contar. A su lado he vuelto a ser esa niña que un día fui, enseñándome a disfrutar de esos pequeños detalles que ahora son un ritual en nuestras vidas, como el roce de nuestras manos al tomar el café que con tanto esmero me prepara cada mañana y me lleva a mi despacho.
Respirando mi aroma me susurra, sacándome de mis pensamientos:
  ¿Cuál era ese regalo que me tenías preparado?
Dejo el paisaje atrás y me giro para quedar frente al intenso chocolate que son sus ojos en los que me encanta perderme.
  Ten paciencia y pórtate bien, o de lo contrario solo descubrirás cual es mi castigo.
  ¿Y no habría alguna forma de que pudiese tener ambas cosas? ―me acerco a él cubriendo ese escaso espacio que queda entre los dos.
  En la vida no se puede tener todo ―le recuerdo rozando mi dedo con su nariz, el cual es atrapado con destreza por sus labios, besándolo.
  Si se lucha por lo que se quiere se acaba consiguiendo, Eve, ¿o es que acaso no lo sabías?
  No hasta que te conocí a ti.
Sus labios buscan los míos pero en ese momento suena el timbre, acabando con lo que iba a ser un juego de alto voltaje.
  Será mejor que vayas a abrir, Sam, recuerda que eres el anfitrión.
  Y, ¿cómo...?
  Ya veremos cómo se lo decimos a nuestros compañeros, cariño, de momento trata de comportarte con naturalidad ―le recomiendo respondiendo a la pregunta que sé que se está haciendo.
El timbre vuelve a sonar y esta vez me mira intensamente una vez más antes de abrir la puerta.
  Hijos, ya sé que queréis aprovechar el tiempo que estáis a solas pero, ¿no podíais esperaros un poco? Que tus padres están helados ―se queja Allison pasando con varias bolsas para dejarlas en la barra de la cocina seguida de Peter.
Allison y Peter son un matrimonio muy peculiar. Ambos escritores, forman una pareja moderna que hace que nadie sospeche que son padres del hombre del que estoy enamorada.
  Eve, estás muy guapa ―comenta Peter mientras se termina de quitar la bufanda―. Ese vestido te queda de maravilla.
  Es cierto ―corrobora Allison­―. Te ves preciosa.
  Gracias por los halagos pero el mérito es de vuestro hijo, él me lo compró ―les explico con una boba sonrisa mientras que Sam se acerca a mí y me rodea por la cintura.
  Le he enseñado bien ―comenta Allison guiñándome un ojo.
Los tres comenzamos a reírnos mientras él pone cara de enfado, aunque sé que realmente se alegra de la complicidad que tenemos «las personas más importantes de su vida», como suele llamarnos.
Una vez más suena el timbre, interrumpiendo nuestras risas.
  No os preocupéis, ya abro yo, que no quiero que mis invitados se congelen esperando ―una mirada de reproche fingido se cruza en los ojos de Allison antes de dirigirse hacia la puerta.
  Te tocará escucharla hablar sobre ese tema toda la noche, hijo ―le susurra Peter pasando su mano sobre el hombro de él.
Sam suspira resignado asintiendo a su padre, sabiendo que cuando a Allison se le mete algo en la cabeza no para hasta que se le olvida. Conmigo de la mano se acerca a la puerta. Cuando su madre abre, ambos nos separamos inmediatamente, y de fondo escuchamos la divertida risa de su padre.
Holly entra agarrada del brazo de Thom, lo que levanta mis sospechas. «Parece que no somos los únicos que guardamos un secreto» pienso mientras trato de contener la pregunta que quiere salir de mis labios. Tras ellos, Gary junto a Hilary, su mujer, hablan entre risas cómplices. Por último, mis padres cierran el grupo.
  Estás preciosa, Eve ―musita mi madre dándome un cálido abrazo y un beso antes de dirigirse a mi chico―. Hola, Sam ―comenta con una sonrisa que él le devuelve.
  Hola Emily ―la abraza antes de dirigirse hacia mi padre―. Me alegra volver a verte, Billy.
Holly, tras saludar a Allison, se acerca a mi lado, mientras yo permanezco junto a Sam. La veo observarme de arriba a abajo con los ojos abiertos como platos. «¿Qué le ocurre? ¿Por qué me mira así?» me pregunto pero antes de que sea capaz de trasladarle mis dudas, ella me las resuelve.
  Vaya Eve, parece que vengas pidiendo guerra ―comenta lo suficientemente alto como para que mi pareja se entere.
Sam y yo nos miramos temiendo que Gary se haya ido de la lengua, pero este, que ha permanecido atento a nuestra conversación aunque en un segundo plano, niega con la cabeza así que los dos descartamos la idea y seguimos saludado a nuestros compañeros.
La cena transcurre con normalidad, entre conversaciones sobre el caso del santa secreto, lo que haremos en la semana de vacaciones que se toma la séptima relegando los casos a la vigésima, llegando incluso a hablar sobre nuestra etapa de estudiante tras interesarme por los estudios de Valerie, la hija de Gary y Hilary.
Llega la hora del postre y aunque a la vista de nuestros compañeros yo soy una invitada más, no es así, de modo que, como tengo por costumbre desde hace un mes que vivimos juntos, me levanto para ayudar a Sam a servirlo.
  Eve, ¿adónde vas? ―la cara de curiosidad de Holly me hace darme cuenta de que estoy entre amigos que no saben nada de nuestra relación.
  Sa… Sam necesita un poco de ayuda con los postres ―el tono de mis mejillas comienza a tornarse rojizo.
  ¿A qué viene ese titubeo? ―inquiere Thom con curiosidad.
Todos permanecen expectantes. Mis padres y los de mi chico se miran y puedo ver una ligera sonrisa en los rostros de los cuatros. Sam y yo cruzamos nuestras miradas, entendiéndonos a través del lenguaje que hablan nuestros ojos. Ha llegado el momento y aunque no hemos tenido tiempo de acordar cómo se lo diremos, tenemos claro que será juntos. Sam se acerca a mí y se dirige hacia los chicos y nuestra familia.
  Tenemos algo que deciros ―me pasa su brazo por la cintura atrayéndome hacia él―. Eve y yo estamos juntos.
Gary sonríe, Thom no da crédito, y Holly...
  ¡Ya era hora de que nos lo contarais!
  ¿Tú lo sabías? ―pregunta Thom sorprendido.
  Pues claro.
  ¿Desde cuándo? ―le pregunto recordando todos sus interrogatorios y su insistencia por conocer a mi novio a las que he tenido que hacer frente las últimas semanas.
  Lo sospechaba desde aquella escapada a Los Hamptons hace dos meses. Cuando Thom y Gary me contaron que te ibas con tu novio y que Sam solo te preguntó con quién, supe que algo pasaba. ¿Desde cuándo Sam se ha quedado tranquilo sabiendo que estás con otro hombre que no sea él? Si desde que entró el primer día en la comisaría no ha apartado los ojos de ti ―no puedo más que asentir mientras entrelazo la mano con la de él. Sam me ha reconocido en muchas ocasiones que fue un flechazo, sintió algo por mí desde que nos conocimos y no cesó en su empeño por conquistarme. Y cuatro años después, aquí estamos, enamorados como nunca antes lo hemos estado―. Ahí no tuve ninguna duda de que algo había cambiado entre vosotros, y el hecho de que reusaras presentarnos a tu novio provocó que saltaran todas las alarmas. Solo una relación que quisieras ocultar por encima de todo te llevaría a estar tan absorta, así que con todo esto di por sentado que habías decidido dar el paso y daros una oportunidad.
   ¿Era el único que no sabía nada de esto, Eve? ―me pregunta Thom asombrado tras creerse que ha sido el último en conocer la noticia.
  Y yo que pensaba que Gary era el único que lo sabía y se estaba llevando una comisión por mantener la boca cerrada ―musita Sam, sin hacer caso a la pregunta de nuestro compañero, sorprendido ante la declaración de Holly―, y al final resulta que tú también lo sabías ―comenta dirigiéndose a mi amiga.
  ¿Tú también estabas al corriente, hermano? ­―cuestiona Thom―. Deberías habérmelo dicho, lo hubiésemos desplumado entre los dos.
  No te preocupes por eso, Thom, Gary ya lo hizo con entradas para los Knicks, pases bips para él y Hilary para conciertos como Katy Perry o Bruno Mars, además de tenernos a Eve y a mí haciendo todo el papeleo que le toca a él, cuando se toma las tardes libres para estar con su mujer, pero eso ya se acabó ―exclama Sam triunfante.
  Ya podríais haberos esperado a que terminase la final de los Knicks que es ésta semana ―bufa Gary desilusionado al saber que se quedará sin ir al partido.
  De eso nada, tío ―niega Thom desconcertado.
En ese momento mi padre se levanta y se acerca hasta nosotros, dándome un cariñoso abrazo. Mi madre lo imita segundos después.
  Nos alegros mucho por los dos ―la sonrisa no desaparece del rostro de mi padre, mostrándonos la felicidad que siente.
  Me alegro que no estés sola y tengas a alguien a tu lado, cariño ―me dice mi madre, emocionada pese a que lo sabe desde hace un mes, momento en que Sam y yo decidimos hablar con nuestros padres y contárselo―. Espero que cuides bien de ella, Sam.
  Lo haré, la protegeré con mi vida si es necesario, Emily.
Ante sus palabras mis mejillas comienzan a cobrar color sin previo aviso. Llevando cuatro meses con él sigue poniéndome colorada ante sus palabras. Me acerca aún más a él, dándome un cálido y dulce beso en la mejilla antes de susurrarme al oído, para que sólo yo pudiese oírlo: «te quiero, mi amor».
Finalmente todos nos felicitan, felices porque después de tantos años en los que nos han visto jugar al ratón y al gato, estamos juntos, y nos pasamos la noche contándoles como cedí a sus brazos o como nos hemos estado ocultando de todos, especialmente del jefe.
  Por fin podréis dejar de esconderos, vuestros jueguecitos empezaban a resultarme incómodo ―confiesa Gary.
   ¿Jueguecitos? ―pregunta una curiosa Holly―. ¿De qué clase?
  De todos ―me corta Gary provocando una sonrisita en Holly―. Desde pillarlos en el coche patrulla hasta en la sala de descanso.
Yo me pongo colorada de la vergüenza y Sam, atento a mí en todo momento, cesa el juego.
  Deberíais haber visto las caras de Gary.
Todos comienzan a reír imaginándolo en cada escena, lo que consigue calmar el ambiente, provocando que vuelva a relajarme.
  Gracias – le susurro al oído.
  De nada, mi amor.
Tras la cena y un par de copas, Holly se despide de nosotros alegando que tiene muchas cosas que arreglar al día siguiente antes de irse de vacaciones.
  Me vas a pagar que no me hayas contado lo tuyo con Thom ―le advierto antes de que se marche.
  ¿Thom y yo? No sé de qué me hablas ―me responde con una sonrisa haciéndose la tonta.
A los pocos minutos este asegura que debe irse porque al día siguiente debe madrugar ya que el jefe lo ha citado temprano en la comisaría. Su escusa parece convencer a todos pero a mí no me engañaba. Holly me va a contar todo, no se puede negar después de no haberse callado durante la cena.
Gary y Hilary se marchan poco después, tienen a la pequeña Valerie con una vecina y no quieren causarle molestias, y mis padres se van con ellos tras estos ofrecerse a llevarlos.
  Nosotros también nos vamos, hemos quedado con unos amigos ―comenta Allison con una pícara sonrisa antes de giñarme un ojo―. Disfrutad ahora que estáis solos ―sus palabras hace que, una vez más en esta noche, me ruborice―. Os quiero, hijos ―confiesa a modo de despedida, secundada por su marido.
Tras cerrarse la puerta, como si hubiese estado esperando que los invitados se marchasen, la luz se va, quedándose el loft iluminado únicamente por algunas velas que hay en la mesa y otras situadas estratégicamente para darle al espacio un toque navideño.
Sus brazos me hacen estremecer ante su inesperado contacto y su calidez. Me giro quedando frente a él que se encuentra entre una mezcla de luces y sombras que lo hace aparentar ser un hombre misterioso.
  Parece que nos hemos quedado solos ―murmura arrastrando las palabras.
  Sí ―susurro.
  ¿Y qué hay de mi regalo? ―fuertemente me atrae hacia él, provocando que dé un respingo.
  ¿Crees que te has portado bien, que te lo mereces?
  Vamos, Eve, he sido muy bueno, te he salvado de los comentarios de Gary.
  Mmm, veo que ya no tienes interés por el castigo.
  Primero el premio, mi regalo, ya luego veré como consigo que me digas cuál era el castigo ―sus labios rozan los míos y yo no me hago rogar, profundizando en ese beso con urgencia.
  ¿No querías saber cuál era tu premio, Sam? ―le pregunto sensualmente.
  Con ese vestido que llevas no puedo concentrarme ―vuelve a besarme provocando que se me escape una sonrisa sabiendo que estoy consiguiendo mi objetivo: volverlo loco.
Lo tomo de la mano y, en penumbra, lo llevo hasta el sofá, donde nos sentamos. Con cuidado acerco una vela hasta la mesa para que nos podamos ver, permitiéndome observar en sus ojos la expectación ante mi regalo.
Le paso un pequeño paquete envuelto que el desenvuelve con rapidez. Al verlo, una sonrisa se dibuja en su rostro. Con entusiasmo recorre las letras grabadas en el lateral del helicóptero teledirigido. Le acerco la vela para que pueda ver las palabras «te amor» grabadas y entonces vuelve la luz, pudiendo ver como en sus ojos se dibuja un brillo especial.
Junto al helicóptero, una carta con letra meticulosamente cuidada se desliza entre sus manos.
  ¿Por qué no me la lees tú, mi amor?
Rozando sus manos tomo la carta.
"Este helicóptero te recordará siempre lo que significas para mí. Aunque no te lo suelo decir con palabras como ya sabes me cuesta expresarme pese a que tú nunca me presionas y me das espacio para que encuentre el momento adecuado; aunque sepas lo que siento y no me pidas que te lo diga, quiero que lo sepas.
Verte jugar con el helicóptero teledirigido siempre me ha hecho sonreír, eres en muchas ocasiones como un niño pequeño atrapado en el cuerpo de un adulto, y eso me encanta, porque me llevas a explorar ese dulce e inocente mundo. Pero a su vez puedes llegar a ser el hombre más maduro que conozco, un excelente amigo y el mejor amante.
Ha llegado el momento de que lo escuches y no sólo lo sepas: te quiero, Sam".
Le tiendo la carta y, mirándolo a los intensos ojos que brillan como nunca antes lo han hecho, vuelvo a dejar salir de mi garganta lo que tanto tiempo ha estado esperando.
  Te quiero ­―sello mis labios con los suyos en un beso único, especial, diferente a todos aquellos que le he dado.
  Eres maravillosa, Eve. Te quiero, cariño ―me susurra en los labios.
De repente se aparta de mí sin dejar de sonreír y me acerca un sobre. Con cuidado ya que no sé sin el contenido puede sufrir daños, saco un álbum digital en cuya portada se puede ver una foto nuestra tomada en Los Hamptons. Con una pulcra letra, como si estuviese escrita con tinta y las antiguas plumas, estaban impresos nuestros nombres entrelazados por unas esposas. Al pasar las páginas veo fotos de nuestros cuatro años juntos en la comisaría e incluso diversas fotos mías dormida o mientras cocinaba en su cocina llevando su ropa puesta, otra de nuestro primer despertar juntos,...
  Es precioso Sam, te amo ―le respondo ante su mirada expectante.
  Yo también, mi amor.
Me atrae por la nuca hacia él volviéndome a besar con pasión, desatando en escasos minutos la lujuria. Me toma entre sus brazos elevándome del sofá sin dejar de besarme hasta llevarme a su habitación.
  ¿Sigues sin querer saber cuál iba a ser tu castigo? ―le pregunto con una sonrisa traviesa sabiendo cual va a ser su respuesta.
  Creo que puede esperar a otro día.
Me dejó en su cama besando todo mi cuerpo mientras yo me entrego a él, amándonos como nunca antes lo hemos hecho.

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DOMINGO EN FAMILIA
Una capa blanca cubría como un manto cada rincón de Madrid. La capital del país, que raras veces recibía una intensa nevada como la de aquel día, se convirtió con rapidez en una ciudad fantasma. Los ciudadanos, acobardados por el frío y aislados por la copiosa nieve, permanecían en sus casas esperando que pasase el temporal. Solo unos pocos atrevidos salían de sus hogares para jugar con la nieve.
Pequeños y esponjosos coposo caían con fiereza de manera continuada sobre edificios y carreteras, sobre calles y parques, dándole un aspecto mágico y brillante a la ciudad.
Cobijados del frío, un familia disfrutaba de una tranquila tarde de domingo. Lo que no sabían es que ningún día es igual a otro, que todos tienen algo diferente que los hace especiales, y estaban a punto de averiguarlo.
― Cariño, voy a llevar a Mark a su habitación. Se está quedando dormido mientras recogemos la mesa.
― Te espero aquí, Iván. ―El periodista rodeó a su mujer por la cintura, instándola a girarse para darle un beso―. No tardes ―le susurró al oído.
El joven de intensos ojos negros y cuerpo de deportista sin llegar a serlo, caminaba acercándose al sofá con cuidado para no hacer ningún ruido que pudiese despertar al pequeño.
Todos solían decir que Mark había heredado los rasgos de su madre, como el color de sus almendrados ojos y su sonrisa, sin embargo era igual a él en su carácter. Cariñoso y tremendamente curioso, era un niño al que le encantaba estar rodeado de personas que jugasen con él, no asustándose de nadie aunque no lo hubiese visto nunca. Su simpatía hacía que todos lo adorasen.
Iván se colocó frente a su hijo, doblando las rodillas para agacharse y quedar a su altura. Con devoción, le apartó el pelo revuelto de su cara y besó su frente. Se quedó observándolo unos segundos antes de tomarlo entre sus brazos, provocando que el pequeño se moviese, adormilado, y se acurrucase en el pecho de su padre.
Natalia, que desde la cocina no se perdía detalle, esbozó una sonrisa ante la estampa familiar que tenía delante. Su marido nunca dejaba de sorprenderla con esa madurez que demostraba cuando se trataba de su hijo. Era algo extraordinario que le salía de forma innata y que ella admiraba ya que su instinto maternal tardo en hacer acto de presencia, para ser exactos no irrumpió en ella hasta que le vio la carita a Mark.
El periodista se dirigió a la habitación de su hijo, la que había acondicionado con un decorado en tonos beis y celeste y todas las comodidades para un niño de apenas dieciséis meses. Con mucho cuidado le quitó los zapatos y lo metió en la cama, abrigándolo con las mantas. El pequeño se movió entre ellas y volvió a sumirse en un profundo sueño. Iván sonrió, comprobando con ternura la réplica de su mujer. Activó el intercomunicador y besó su sonrosada mejilla antes de apagarle la luz y salir del cuarto dejando la puerta abierta.
Natalia estaba esperándolo en el sofá cuando bajó de acostar a Mark.
― Pensaba que te reclamaría para que le leyeses un cuento ―Iván se sentó junto a ella y la atrajo hacia él, rodeándola con sus brazos para darle un cálido beso en la frente―, pero estaba tan cansado que no se ha despertado cuando lo he metido en la cama.
― Creo que vamos a tener que cambiar ese hábito de que tú le leas por la noche y yo a la hora de la siesta. Si nos turnamos y cada día lo hacemos uno, no habrá problema de que nos reclame a uno de los dos en concreto. ―Él asintió y besó el cuello de su mujer, arrancándole una sonrisa―. Se despertó muy temprano esta mañana y se ha pasado el día jugando con la nieve. No me extraña que esté agotado.
― Mark no puede estar quieto.
Natalia asintió y recostó su cabeza en el pecho de su marido.
― Parece mentira que ya haya cumplido su primer añito de vida.
― Ha pasado muy rápido ―corroboró Iván.
― Y casi sin darnos cuenta. Recuerdo como si fuese ayer cuando, una semana después de casarnos, te dije que íbamos a ser padres.
― Estábamos de viaje en Canadá y me asustaste cuando comenzaste a sentir mareos y náuseas matinales. Cuando te hiciste el test y me diste la noticia fui el hombre más feliz del mundo. Y ahora tenemos a un precioso niño.
Ella se giró y atrapó los labios de su marido en un dulce beso.
― ¿Qué te parece si aprovechamos que Mark duerme para ver una película? ―le sugirió Natalia.
― Elígela tú. Yo voy a por un par de copas de vino.
Asintió y tras ver como su marido se levantaba lo imitó y se dirigió hacia la habitación que habían bautizado como «sala de cine», donde tenían toda clase de películas, desde multitud de terror ya que a ambos les encantaba, hasta infantiles para Mark. Pasó la vista por las estanterías hasta llegar a una de sus favoritas y que para aquel día le parecía ideal.
Cuando volvió al sofá, él ya estaba allí.
― ¿Pretty Woman? ―preguntó.
― ¿No te gusta? ―Se acercó al televisor para encender el reproductor de DVD.
― No, no es eso. Es solo que esperaba otra película, pero está bien.
Natalia se sentó junto a su marido y se acurrucó entre sus brazos, su lugar favorito, ese en el que se sentía arropada y querida.
Poco a poco, el cansancio de días sin dormir por el estresante trabajo de ambos unido al cuidado de Mark fue haciendo acto de presencia, provocando que se quedasen dormidos.
El llanto del pequeño los despertó una hora después a través del intercomunicador que colocaron en la mesa delante de ellos. Preocupados por lo que le pudiese suceder, se levantaron como un resorte y subieron deprisa las escaleras.
En la habitación, el pequeño lloraba empañando de lágrimas sus marrones ojos.
― Cariño, ya estoy aquí ―le susurró Natalia, tomándolo entre sus brazos para acunarlo―. Mamá está aquí.
Iván observaba la escena desde el dintel de la puerta con una sonrisa en su rostro. Verla con Mark era la imagen con la que soñó desde que la conoció un día como aquel seis años atrás.
Su hijo seguía llorando, aunque las palabras de su mujer hacían que poco a poco se calmase.
― ¿Quieres jugar en el salón con tus juguetes? ―Mark sonrío ante lo que su madre le proponía―. Mira, ¿ves quién te está mirando desde la puerta? Llama a papá para que te lleve con tus juguetes ―lo alentó deseosa de escuchar a su hijo hablar.
― No lo fuerces. Él solo lo hará ―trató de animarla él mientras le tendía los brazos a su hijo, quien inmediatamente se inclinó hacia él―. Vamos a enseñarle a mamá los animales que el abuelo te ha comprado ―le iba diciendo a su hijo mientras bajaba las escalares con Natalia tras él―. ¿Verdad que son bonitos?
Cuando llegaron al salón Iván dejó al pequeño en la alfombra que le habían comprado y el pequeño se fue gateando hasta el cesto donde guardaba los juguetes.
― ¿Dónde va? Lo que mi padre le compró está en el sofá ―le comentó Natalia a su marido.
― Irá a por otro juguete ―le contestó mientras pensaba en las posibilidades que tenía de que su plan saliese bien. Volvió a sentarse en el sofá e invitó a su mujer a hacer lo mismo.
Segundos después, el pequeño volvía con un coche de juguete simulando los de la policía de Nueva York que su tío le regaló en su primer cumpleaños, alegando que tenía el mismo espíritu que él y que cuando fuese mayor sería compañero suyo en la comisaría, algo con lo que todos rieron. El pequeño apenas comenzaba a andar y su tío ya le veía alma de policía. Se acercó a sus padres y levantó los brazos hacia Natalia para que lo cogiese.
― Mira que nos ha traído este pequeñín. ―Iván observaba a su hijo con interés jugar con el coche y decidió que aquel era el momento, por lo que señalando a su mujer le preguntó a Mark―: ¿Se lo das a…?
― Mamá ―contestó con soltura, como si hubiese estado hablando toda su corta vida.
― Si hijo, soy tu... ¡Iván, ha hablado! ―Natalia sonreía a su marido, ilusionada ante el acontecimiento―. Dios mío. ¡Acaba de decir su primera palabra! ¿Vuélvelo a repetir, Mark?
― Mamá. Mamá ―decía sin parar, como si fuese lo más obvio del mundo y sus padres no lo entendiesen.
― Feliz San Valentín, mi amor ―le susurró al oído Iván antes de darle un tierno beso ante la risita de felicidad de Mark que por unos instantes les hizo creer que a su corta edad comprendía la situación que acababan de vivir―. Espero que te guste tu regalo.
― ¿Tú has…? ­―trató de preguntarle pero no le salían las palabras a causa de la emoción.
― Llevo semanas enseñándole a decir mamá. Ya sé que quedamos en no hacernos regalos por San Valentín, pero quería que este día fuese especial para ti por ser en el que escuchaste por primer a nuestro hijo llamarte como lo que eres, su madre.
― Cariño, es precioso ―le aseguró aún emocionada volviendo a unir sus labios con los de él―. Te quiero.
― Y yo a ti, mi vida ―le susurró rodeándola con sus brazos mientras contemplaban como su pequeño jugaba con el coche sin dejar de repetir «mamá»―. Ahora presiento que no va a dejar de llamarte… No sé si he hecho algo bueno o malo― se miraron y estallaron en carcajadas.
― Has creado un pequeño monstruito ―bromeó Natalia―. Has hecho algo muy bueno que no olvidaré jamás. Feliz San Valentín, amor.
De este modo, un domingo que se presagiaba tan simple como otro cualquiera, se convirtió en uno de los más importantes en la vida de Iván y Natalia.

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